El Choby también es familia
Eso de hacer un árbol genealógico en la escuela fue una propuesta fantástica.
El genealógico no es cualquier árbol. Eso lo sabe cualquiera que haya tenido una maestra que se lo explique como lo ex plicó esa tarde la maestra de Martina:
– No sé a quién se le ocurrió llamarlo árbol. Lo de genealógico es por los genes y los genes son hereditarios. Lo de árbol es porque tiene muchas ramas.
– ¿Ramas con hojas? – preguntó un niño.
– No, con hojas no – dijo la maestra –. Son ramas sin hojas, sin nidos y sin pájaros. Son ramas con miembros de la familia.
De a poco, muy de a poco, fueron entendiendo todo o casi todo.
El árbol genealógico tiene ramas, y en ellas, por decirlo de alguna manera, todos los miembros de la familia tienen un rectangulito donde se escriben sus nombres: Tía Cosita, Tío Feno menal, Rosita Deluzé, etc, etc.
– ¿Dónde pongo a Pedro?, ¿en qué rama? – preguntó Martina a su compañera de mesa que estaba de lo más entusiasmada pintando los rectangulitos de anaranjado en la pantalla de la Ceibalita.
– Si es el marido de tu madre, me parece que tiene que estar en algún otro árbol – dijo la com pañera.
– Pero vive en mi casa y es mi familia – dijo Martina.
– Ay, no sé, no sé. ¿Te gusta cómo me quedaron los rectangulitos anaranjados?
Pero Martina ni miró porque ya estaba dibujando un rectangulito para Pedro.
Esa tarde la clase se transformó en un bosque genealógico, casi impenetrable como el bosque del Chaco, frondoso como la Selva Negra de Alemania, y tan, tan tupido como un monte criollo de espinillos. Un bosque que se extendía desde cada pantalla de las Ceibalitas.
En eso estaban cuando Martina escucha ladrar a Choby, su mascota, para ella una parte importante de la familia, snif snif, que ladraba al pie del árbol más solo que un perro. Martina acababa de dibujarlo con su collar y su mancha en el lomo.
– ¿Qué vas a hacer? – le preguntó su compañera, que no se sabe cómo también lo escuchó ladrar.
Martina se quedó mirando al vacío, pero no papando moscas como a veces piensa la maestra. El vacío es para Martina un lugar lleno de ideas buenísimas.
Dos minutos antes de que estuviera por explicar, a la clase, su árbol genealógico, hace un rectangulito al pie del árbol con una flechita directamente dirigida a su nombre. Y escribe CHOBY, así con mayúscula.
El rectangulito lo dejó en blanco, porque cualquiera sabe que los perros no ven los colores.
Lo que pasó después fue increíble. Ni bien Martina explicó por qué aparecía CHOBY en su árbol genealógico, un atronador murmullo de maullidos y ladridos tipo vuvuzelas mundialistas irrumpió en todas las pantallas al mismo tiempo.
– Estas cosas hay que escucharlas – dijo la maestra.
Esa tarde, todas las mascotas tuvieron su rectangulito de preferencia en cada pantalla.
Hasta Catita, la mascota de la maestra.