A CONTINUACIÓN, COMPARTIREMOS EL VIDEO CON EL CUENTO "PINDONGA Y PERITA EN EL CHARCO CHICO"
EL VIDEO SE IRÁ DETENIENDO Y FORMULANDO PREGUNTAS.
ALGUNAS LAS DEBERÁS RESPONDER EN LA MISMA ACTIVIDAD, PERO OTRAS SON PARA QUE REFLEXIONES Y DISCUTAS CON TUS COMPAÑEROS.
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VIDEO CON EL CUENTO COMPLETO
Transcripción del contenido del video
Aquel 5 de junio en el paraje El Arenal aún era de noche y una niebla espesa inunda el bajo.
-¡Pindonga!¡Despertate! ¡Soy Perita!
Era la sexta vez que Perita, la hormiga, golpeaba esa puerta de ramas y caracolas.
De pronto, apareció la rana Pindonga, confundida…
“Qué hacía Perita a esa hora golpeando la puerta de su cueva, qué habría pasado…Claro, habían quedado en ir con su amiga al arroyo a buscar el almuerzo para sus familias, ya que los adultos ese día no podían hacerlo”.
Era un gran desafío para Pindonga, quien nunca había salido lejos sin los adultos.
La hormiga estaba allí, inmóvil, ansiosa, con un farol con vela amarilla, un morral blanco, un cuchillo verde y un mapa hecho por ella.
La rana solo tomó sus pantuflas rosadas y salió apurada con su camisa de caballitos de mar.
La rana notó que no se veía bien hacia el horizonte y que no distinguía dónde estaba el Charco Chico del arroyo El Arenal. Por suerte, su amiga la guiaba y ayudaba.
-Es la niebla- dijo la hormiga-. No se puede tocar, pero impide que podamos ver el Charco Chico que está a unos 300 saltos tuyos o a unos 1000 pasos míos.
Perita sabía de memoria el camino ya que siempre iba allí luego de ordenar su cuarto. Pindonga, confundida, miraba el mapa.
Tenía miedo, nunca había visto una niebla y rogó a Perita regresar antes de que algún monstruo la comiera. La niebla es muy peligrosa, creyó.
¿Cuáles de estos animales se comerían a la rana?
Por fin, a las 8 de la mañana, la rana y la hormiga llegaron a destino.
Pindonga no se separaba de Perita. Esta enseguida encontró el almuerzo solicitado por su mamá Tinita y su padre Chiquilo.
Debajo de un sauce, junto al pequeño charco, estaban las hojas azules preferidas de sus padres.
Recogió fácilmente treinta de ellas y las guardó en su bolso con la ayuda del farol. También recogió esas corazas de caracoles que usaban como plato.
Pindonga seguía inmóvil…
-Es que la niebla me da miedo. Siento muchos ojos que me miran-murmuró.
El comentario llegó a la chicharra Charra, que se despertó. Desde arriba de un cotoneaster le dijo: -No tengas miedo, rana, en un par de horas ya no habrá niebla y podrás ver todo a tu alrededor.
Pindonga no conocía a ese animal con alas tan hermosas y polera roja.
Tampoco había oído esa voz tan segura y tibia. Sin embargo, aún no tenía el valor para empezar la búsqueda.
-¿Dónde podía encontrar esas flores violetas que siempre tenían para el almuerzo en su casa? Si hubiera prestado atención cuando hablaban su madre Lotina y su abuela Fusa, su tarea sería más fácil.
La chicharra notó que esas flores también eran sus favoritas y se ofreció a llevarla al otro lado del arroyo.
La rana nunca había volado, pero esta vez quería encontrar la comida para volver rápidamente a su casa.
Se aferró a su nueva compañera y juntas volaron. Cruzaron el aire y, desde lo alto, comprobó que la niebla no pinchaba ni mordía.
Además, vio el arroyo vestido de niebla y un caminito de flores violetas y rojas. Juntó veinte de cada una.
Al regresar al otro lado, Pindonga estaba cansadísima. Por suerte, la chicharra las podía llevar de regreso a sus casas. Era la mejor manera de volver seguras y acompañadas.
Las subió a las dos en sus ancas y voló por encima de la niebla que quedaba.
Volaron y volaron creyendo que todo es posible cuando se pierde el miedo gracias a amigas que las acompañan.
Y colorín colorado con la ayuda de la chicharra el desafío se cumplió y este cuento llegó a su fin.