En 1581, según cuenta la leyenda, Galileo, aún estudiante de medicina, estando en misa en la catedral observó el suave balanceo de un candelabro de un lado a otro.
Galileo empezó a percibir un ritmo en el suave movimiento de oscilación.
A medida que el balanceo disminuía, la velocidad decrecía, pero el ritmo permanecía extrañamente invariable.
Tomándose el pulso en la muñeca, pudo determinar el tiempo en que la lámpara subía y bajaba.
Para su asombro, encontró que era idéntico en cada recorrido, independientemente de la longitud del arco recorrido, llevó a cabo una serie de experimentos usando bolas de diferentes pesos suspendidas de cuerdas de distinta longitud.
Enseguida descubrió que el tiempo de oscilación dependía de la longitud del péndulo, aumentando con la longitud, pero, sorprendentemente, era independiente del peso de la plomada.