Presta atención al cuento...
Transcripción del cuento
¿Dónde está mi tesoro?
¿Dónde?
Un día el pirata Bruto se despertó de la siesta. ¡Tengo ganas de jugar con mi tesoro!, exclamó.
Tantas ganas tenía que se puso el sombrero al revés y saltó de la hamaca. Fue derechito a buscar su tesoro pero no lo encontró, no estaba ni acá ni allá ni mucho menos en alguna parte. Así que se preocupó sin parar hasta que llegó al puerto, subió a su barco pirata y navegó alrededor de la isla.
Por fin se acercó a una orilla cualquiera y se bajó.
Justo en medio escondido en la arena había un cofre chiquitito. Lo vio de un soplido. Adentro encontró un montón de caramelos brillantes, unas monedas de chocolate y una bandeja de masas doraditas.
¡Este no es mi tesoro!, exclamó Brutus.
Y siguió caminando con pasos pesados, dio la vuelta a una palmera primero para un lado y después para el otro. Entonces de la rama más alta cayó un cofre bastante grande. Brutus lo abrió con uno de esos gritos de piratas que destapan lo que sea. Metió la mano y sacó cocos de oro, monedas de plata y una entrada para ver el partido de los delfines contra las focas.
¡Tampoco es el tesoro que busco!, bromeó malhumorado y eso que era fanático de las focas. Así que Brutus emprendió viaje nuevamente solo.
Fue a la selva varias veces porque se perdió aunque era muy orgulloso y no lo quiso reconocer hasta que de repente tropezó con un loro parlanchín que le recitó: ¿Qué es una cosa
que empieza con té y rima conmigo?
El pirata no podía perder tiempo en adivinanzas por eso acertó a la primera y el loro le tuvo que entregar el premio: un cofre enorme y también lo llamó ¡Aguafiestas! porque dijo que adivinar en seguida no vale.
Brutus abrió el tesoro de un cabezazo y dentro vio las estrellas la luna y un cubito de hielo para el chichón ¡Este tesoro ni lo conozco!, se impacientó Así que se alejó de allá corriendo, trepó una montaña de caracoles y algas hasta que alcanzó la cima. Ahí debajo de una piedra descubrió un cofre gigante. Brutus lo abrió de una patada con la pata de palo, claro. Dentro estaba nada más y nada menos que el sol y de un rayo luminoso con la
buena etiqueta que decía:
Señor Pirata Brutus:
Este es el tesoro más inmenso que existe,
no va a encontrar una oferta mejor.
¡No me interesa para nada!, dijo el pirata, ¡cuando digo mi tesoro, es mi tesoro! Quiero mi tesoro, quiero mi tesoro... Tantas ganas tenía de jugar con su tesoro que se enfureció y tanto se enojó que la isla tembló.
Los peces perdieron algunas escamas, las olas creyeron que era la hora de la tormenta, hasta el sombrero que tenía puesto al revés salió volando.
Al final un lagrimón descomunal le resbaló por la mejilla, tan triste se puso que casi inundó el mismísimo mar pero en eso escuchó...
¡Hola papá! Saludó la piratita Brutilda, chapoteando en la playa.
¡Tesoro mío! se alegró Brutus.
¡Te estaba buscando! Y los dos piratas pasaron una tarde de lo más divertidas jugando a los indios...
Y colorín colorado este cuento se ha terminado y para ustedes chicos: ¿cuál es su tesoro?