Transcripción

Vivir en medio de la selva no tiene nada de raro.

Mi pueblo se ubica en Brasil, en la cuenca del río Kingo, que desemboca en el gran río Amazonas. Muchas tribus han vivido y viven en la selva amazónica. 

Se calcula que hasta el siglo 15 lo habitaban entre seis y 12 millones de indígenas. Hoy sólo quedamos unos 20.000.

Para nosotros la selva es una gran escuela en donde nuestros padres son los maestros. Ellos nos enseñan sobre todo lo que nos rodea, a respetar la tierra y los animales, porque nuestro entorno es un hermano más.

También nos enseñan a cultivar la tierra para que podamos extraer lo mejor de ella sin dañarla. En abril o mayo talamos los árboles que dejamos secar hasta agosto, luego los quemamos para nutrir en suelo.

Los árboles secos se consumen completamente, menos las semillas de batata, yuca y Miami que las mujeres plantan Cuando se ha apagado el fuego, pues de la cosecha de batatas se siembra el maíz, los frijoles, las calabazas. Mientras tanto, recolectamos nueces amazónicas para alimentarnos y para comercializarla.

Pero también pescamos y cazamos animales como el chancho jabalí, que cocinamos a las brasas. Aprendemos a distinguir cuáles son las plantas con propiedades curativas y de dónde extraer pinturas para necesitarnos en los rituales que realizamos.

Hay un ritual en especial en donde los hombres y las mujeres se pintan todo el cuerpo, cantan y bailan. El motivo por el que se realiza es la guerra. Sí, la guerra. Aquí vivimos en una lucha constante por nuestra tierra, ya que si bien nuestro hábitat está declarado reserva indígena, los ganaderos y los agricultores se introducen ilegalmente y la destruyen.

Es por eso que nuestros jefes participan de muchas manifestaciones. Y tienen contacto con muchos países para revertir la situación.

Recientemente logramos suspender la construcción de una represa en el río Kingo. Un día escuché al Gran Jefe decir Dejad que mis nietos puedan caminar y alimentarse en estas tierras.

Este es el mensaje que quiero dar.