Nuestro viaje comienza hace casi 5,000 millones de años. Pero esto no puede ser verdad… No hay ni rastro de nuestro bello planeta azul, solo una estrella naciente: nuestro Sol, rodeado de un montón de polvo.

Antes incluso de que la Tierra se forme, si aceleramos el tiempo, podemos ver cómo la gravedad convierte el polvo en pequeñas rocas. Parece casi imposible que algo tan complejo esté hecho de nada más que polvo y rocas.

Durante millones de años, la gravedad fue uniendo estas rocas hasta formar la Tierra, uno de los al menos 100 planetas que orbitan alrededor del Sol.

Pero hace 4,540 millones de años, nuestro planeta parecía más un infierno que un hogar. La temperatura supera los 100 grados Celsius. No hay aire, solo dióxido de carbono, nitrógeno y vapor de agua. Es un ambiente tóxico y tan caliente que, si nos acercáramos más, quedaríamos incinerados y asfixiados en segundos.

El planeta recién nacido es una bola hirviente de roca líquida. Prácticamente no hay superficies sólidas, solo un interminable océano de lava.

Un joven planeta llamado Teia viene directo hacia nosotros. Tiene el tamaño de Marte y viaja a casi 15 kilómetros por segundo, 20 veces más rápido que una bala. La gravedad del intruso deforma la superficie de la Tierra.

La colisión es catastrófica. Billones de toneladas de escombros se esparcen por el espacio.

Sin embargo, a lo largo de mil años, la gravedad opera su magia: los escombros se transforman en un anillo de polvo y roca al rojo vivo que rodea la Tierra.

A partir de este anillo, se forma una bola de más de 3,000 kilómetros de diámetro. Estamos presenciando el nacimiento de nuestra Luna.

En este tiempo, la Luna está mucho más cerca que la que vemos hoy, a solo 22,000 kilómetros, en comparación con los aproximadamente 400,000 kilómetros de distancia actuales.

El Sol se alza sobre una Tierra en proceso de enfriamiento y se oculta tan solo tres horas después de su salida.