Lee con atención el texto del escritor uruguayo Serafín J. García (1905-1985).
Este artista, que vivió próximo al río Olimar (en el departamento de Treinta y Tres), mucho supo de las crecientes de agua y sus consecuencias. En relación al tema que venimos tratando, reflexiona sobre esta producción literaria.
La creciente
Una tardecita de fines de agosto, los cerdos empezaron a resolverse con visible inquietud en el chiquero gruñendo de continuo y hozando entre las embarradas pajas que les servían de yacija. En el horizonte, hacia el este, formáronse después algunos nubarrones pardos que se fueron ensanchando hasta cubrir todo el cielo,arreados por el húmedo viento que soplaba desde aquella dirección. Un enjambre de alguaciles apareció en el aire, zigzagueando. Y bandadas de pájaros surcaron el espacio en vuelo rápido, buscando la protección del monte.
-Esta no será una lluvia pasajera- pronosticó Fausto Ruiz luego de echar un vistazo al firmamento-.
Tendremos temporal y de los buenos.
Efectivamente fue así. A la caída de la noche comenzó el aguacero, precedido por escasos relámpagos, y sin que el trueno turbara con su ronco vozarrón el repiqueteo constante de las gotas sobre el techo de zinc.
Llovió hasta el mediodía siguiente sin cesar, con ritmo intenso y firme. El arroyo, alimentado por el continuo aporte de cañadas y zanjones, hacia los que afluía en avalanchas la enorme masa de agua caída sobre el campo, comenzó a salir de madre y a inundar la costa, ofreciendo un espectáculo imponente y magnifico a la vez. Y en todo el contorno resonaba sin tregua el coro alborozado de las ranas, que croaban en los más variados tonos(...).
No había escampado aún cuando los peones salieron a recorrer el campo, cubiertos por sus gruesos ponchos, pues se temía que el temporal hubiese aislado algún grupo de ovejas en una loma arbolada próxima a la costa, donde la majada acostumbraba pernoctar, y que el arroyo al desbordarse rodeaba con sus aguas, convirtiéndola en una especie de isla.
Cuando regresaron, casi al oscurecer, después de haber puesto a salvo a los animales que ,efectivamente, habían quedado prisioneros en aquel lugar, Sebastián y Ruperto conducían sobre sus caballos dos corderitos recién nacidos -era aquella la época del año en que las ovejas tenían cría-, a los cuales el frío y la humedad habían entumecidotas patitas, aún demasiado tiernas.
De inmediato Blanquita se hizo cargo de los animalitos, que tiritaban emitiendo débiles balidos, y luego de cubrirlos con una vieja frazada de lana, corrió a preparar biberones para alimentarlos, con la conmovedora ternura que en ella era habitual.
Y pocos días después los dos nuevos guachitos, fuera ya de peligro, seguían a todas partes los pasos de la niña, brincando alegremente.
Texto tomado de Forteza, L. y Rodríguez L. (2014). Libro de cuarto. CEIP.. p. 92