Al mismo tiempo que llegaban los europeos hacia América, comienza el traslado forzado de poblaciones africanas.
Los primeros eran los que acompañaban a sus amos españoles, pero a partir de 1517 se introducían gran cantidad de africanos esclavizados, ya que la mano de obra indígena disminuyó drásticamente.
Los comerciantes, españoles o criollos que se enriquecían con este tráfico, pagaban impuestos por cada negro que llegaba vivo, lo cual constituía una importante fuente de ingresos para la Corona española.
Para obtener esclavos, lo más común era comprarlos a los jefes que vendían a sus enemigos, también cazándolos o raptándolos, aunque también existía el intercambio de seres humanos por telas, alcohol, tabaco o armas.
En América el amo tenía derecho a venderlo, prestarlo o alquilarlo.
Los únicos derechos del esclavo africano (que no siempre se respetaban) era el derecho a la vida, derecho a tener un nombre y a casarse. Además su amo no podía mutilarlo, y tenía la obligación de alimentarlo y vestirlo.