No hay persona en la tierra que tenga una historia que no merezca ser escuchada.
Contar nuestras historias requiere de increíble coraje y vulnerabilidad, requiere del coraje de ser vulnerable y abrirse a otros a través de un relato. Todos lo hacemos, de una forma u otra; ya que, queramos o no, no hay nada más humano que contar historias.
Pero para poder contar una historia, necesitamos que haya una persona dispuesta escucharnos, dispuesta a escuchar en nuestras palabras a alguien que tiene cosas valiosas para decir, que nuestra historia importa, que nuestras palabras importan tanto como importamos nosotros mismos.
Miranda Fricker (2007) señala lo injusto que es cuando la palabra de una persona no es escuchada y tomada en cuenta por los prejuicios que, quién está escuchando, tiene sobre esta.
El negarse a escuchar la historia de alguien y el considerar la menos valiosa, implica un daño que a esta como ser humano, es negarle al otro el estatus de igualdad de persona.
De ahí la importancia de aprender a escuchar más allá de los prejuicios, de aprender a valorar las historias de otros como igualmente valiosas, de aprender a ver en los relatos un repertorio infinito de mundos con los que emocionarnos.