MATILDE Y SUS AMIGOS
Transcripción del contenido del video
En la escuela no era tan buena como Lerena, la lechuza, que leía todo lo que la maestra mandaba y además, podía recordarlo. Yo no lograba leer la segunda oración cuando me dormía.
Es sabido que las gallinas no son muy buenas leyendo porque tienen que poner los libros tan cerca de sus ojos para poder ver las letras, que terminan por dormirse.
En las clases de natación yo miraba a Antonio, el pato, cuando se zambullía en el lago sin salpicar casi y bucear por largo rato, hasta emerger con algún pececito en la boca.
Yo no podía nadar, solo flotaba. Mis alitas y mis patas cortas no me permitían avanzar, por lo que después de la tercera clase, me dediqué a chapotear en la orilla, mirando con envidia a mis compañeros.
Los sábados iba junto a mi familia a la pradera. Los pequeños teros ya empezaban a volar y caer en picada, deleitando a todas las familias de aves que estaban disfrutando de sus picnics. Uno de los teros me saludó. Era Pedro, mi compañero de clase ¡Era tan valiente y volaba tan bien! Me invitó a levantar vuelo junto a él.
Cuando Pedro ya estaba haciendo piruetas en lo alto, yo apenas había levantado medio metro del suelo. Avancé siete u ocho aleteos y caí como una bolsa de papas.
Es sabido que las gallinas no pueden volar. A lo sumo un vuelo cortito. Matilde como una gran bola con pequeñas alitas a los costados que se batían sin cesar para terminar contra el piso, con todas sus plumas revueltas.