En el siglo XIX la transmisión de los bienes, propiedades, ideologías y valores morales de una generación a otra constituyó un delicado capítulo en la historia de las familias aferradas a fortunas relevantes y a cierto poder político y social.
Así, era preocupación constante de estas élites, cuidar el entramado familiar, su descendencia y la continuidad "eterna" de la existencia de su apellido.