La actitud de URSS y sus líderes no justificaba el grado de alarma de occidente.
El régimen de Stalin intentaba sacar provecho en toda oportunidad: impuso gobiernos serviles en Polonia y Bulgaria, e influyó decisivamente en su zona de ocupación de Alemania del Este. Se negó a retirar tropas de Irán, intimidó a Turquía desplegando tropas en la frontera con Bulgaria, y saqueó Manchuria.
Pero al mismo tiempo: permitió que se celebraran elecciones relativamente libres en Hungría y Checoslovaquia, colaboró en la formación de gobiernos representativos en Finlandia y Austria, continuó participando de las reuniones de los Consejos de MInistros de Asuntos Exteriores, frenó a los poderosos partidos comunistas de Francia e Italia.
Se sabía que URSS no constituía una amenaza militar para los países occidentales, pero si podría llegar a constituirse como una amenaza geopolítica e ideológica.