Para Batlle, el Estado, como representante de todos los ciudadanos, no debía tener una religión oficial.
En esto completó la obra de Varela, quien había propuesto una enseñanza laica, pero, en consideración a la gran mayoría de los católicos, había aceptado que se enseñara religión, salvo a los niños cuyos padres manifestaran desacuerdo.
Todas estas medidas, unidas a las leyes de divorcio, produjeron la resistencia de la Iglesia y de los católicos en general.